Por
Gabriela
Silvana Sosa[1]
Resumen
La redacción de
este artículo nació de una reflexión a partir de la observación de un fenómeno
que nos invade a los ciudadanos y que aparentemente se nos impone. Los medios
masivos de comunicación, el arte, merchandasing, ofrecen en bandeja y a quien
quiera consumir, una tentadora ración de la “cultura narco”. Parte de la
explicación del fenómeno descansa en que el racionalismo y cultura consumista
imperantes crearon la necesidad de la accesibilidad a un mundo inmediato del
que podamos servirnos con premura de sus bienes y
confort, en detrimento de aquello que tiene que ver con deponer los impulsos y
mediatizar los fines con esfuerzos personales. Las ganancias económicas y
sociales que provienen del narcotráfico, ofrecen la inmediatez en los
resultados económicos anhelados a todo aquel que esté dispuesto a actuar en
consecuencia. Además, la seducción que ejercen las vidas cinematográficas de
los “patrones”, “capos”, “padrinos” o “jefes” encuentra sus razones en las
mismas personalidades psicopáticas de estos personajes. La ley paterna como
autoridad regidora en las esferas personal y social entra en crisis para ceder
su espacio a los “padrinos” que imponen su despiadada ley del juego. Este rumbo
parece indicar que un sector nuestra sociedad tiende hacia un modelo de ideal
del yo novedoso, los nuevos “ídolos o santos del delito”, como ideales
colectivos coadyuvan hacia la conformación de una nueva subjetividad, un nuevo
querer ser, el de la urgencia.
Palabras clave: narcotráfico,
psicópatas, identificación, ideal del yo.
1.
El fenómeno
A nivel regional asistimos a un
nuevo fenómeno que parece imponérsenos sin importar clase social, latitud
geográfica, edad ni sexo. Nació un nuevo mercado de consumo que resulta hijo de
nuestro tiempo, como toda nueva mercadería que se ofrece a los potenciales
clientes. Mercado que resulta ser el digno representante de la que llamaré
“cultura narco”.
Podemos consumir de inmediato, si
lo queremos, indumentaria con la estampa del documento de identidad de capos
del narcotráfico famosos, novelados informes periodísticos, exitosas series
televisivas y películas que tratan sobre la ascendente y célebre carrera de
narcotraficantes y capos mafiosos, desde sus primeros pasos en el negocio hasta
convertirse rápidamente en acaudalados empresarios, e incluso bandas latinas musicales
que relatan en sus letras, las atrapantes aventuras de los padrinos.
Desde la literatura, surgieron auténticos
best seller basados en la vida de estos personajes y sus empleados y en los
avatares de carteles enteros, en su guerra de unos con otros por obtener la
primacía en el mercado regional e internacional.
El mismo público que consume el
material cinematográfico y literario queda embelesado por estas figuras
impactantes y seductoras, esperando incluso el triunfo en sus andanzas.
Las artes gráficas no escapan a
este fenómeno, podemos encontrar pinturas y grabados que los homenajean a fin
de rendirles pleitesía y un respetado tributo nacido en muchos casos, del
agradecimiento por la ayuda social recibida, otorgamiento de viviendas,
donaciones monetarias, construcciones de templos, bienestar en asistencia para
la salud y educación, otorgadas a fin de comprar voluntades.
Tal es la admiración por el mundo
criminal que inclusive el Cartel de Cali, hacía sonar en su contestador
telefónico para quien esperaba dejar su mensaje, el tema musical The Entertainer, melodía de la película
estadounidense El golpe, que narra la historia de tres estafadores que roban una gran cantidad de dinero a un importante jefe mafioso,
muriendo uno de ellos asesinado en el intento.
Después del revuelo los sobrevivientes unidos a otros
estafadores preparan «el golpe» que vengará al compañero muerto.
Alonso
Salazar (2001) afirma que, Pablo Escobar Gaviria admiraba profundamente al
personaje creado por Mario Puzzo, protagonista de El Padrino, Vito Corleone, e intentaba seguir los consejos que el
personaje de ficción profería en cuanto a mantener en todo momento una actitud
sosegada ante el peligro, no perder la calma ni extralimitarse de manera
impulsiva insultando al opositor. Asimismo, Escobar denominó Nápoles a la ostentosa hacienda de su
propiedad situada en el Municipio de Puerto Triunfo, Antioquia, República de Colombia, en una evidente alusión al famoso centro de
operaciones de la Camorra italiana, la que entre tantos de los negocios que la
ocupaba, se dedicaba al narcotráfico.
De este modo, se observa de qué manera lo cinematográfico se mezcla con
la realidad, tomando los mismos padrinos, rasgos o características de los
mafiosos o criminales gestados por la industria del cine, a los que idolatran, quizás buscando en esa admiración, la inmortalidad propia
del personaje cinematográfico y acaso el olvido de la triste realidad socio
económica o del ambiente socio familiar desfavorable de los que provenían.
Maradiaga (2009) refiere que, los
hechos culturales se entraman con los valores vigentes, ello en una sociedad y en
un determinado momento. En los sectores sociales de América Latina donde se instaló
la narco cultura, se valora, entre otras cosas, la bizarra ostentación
material, el ofrecimiento de fiestas en las que nada se escatima, exhibiendo armamento,
alhajas, automóviles, indumentaria, propiedades, tecnología, uso de marcas
determinadas de electrónica o accesorios, y demás demostraciones de poder etc.
Ellos valen por lo que tienen y
cuanto más tienen, más valen sus vidas.
Algunos de estos patrones han
“ayudado” a muchos connacionales económicamente, no se esconden, al contrario,
se vanaglorian de su actividad delictual, despertando en el resto de las
personas un sentimiento dual basado en un miedo fundado y un respeto por sus
actos “caritativos”.
2. La Sociedad de consumo. Parte
de la explicación
D´Agnone (1999) sostiene que a
partir de la era industrial, el valor del ser humano comenzó a depreciarse en
pos del tener y de lo que éste verdaderamente producía en la sociedad. Mientras
tanto, hacia la década del 20, Estados Unidos transitaba un proceso de profunda
recesión, por lo que las ventas descendían en pos del ahorro de las familias
americanas y de los inmigrantes europeos llegados al continente en situación de
pobreza.
La única salida del empresariado, a
fin de paliar el mal momento económico, fue crear la necesidad de los clientes
respecto de los bienes que producía la industria.
La estrategia era clara, se debía
mantener continuamente insatisfecho al consumidor, a fin de que continuamente deseara
adquirir nuevas mercaderías, ello en una rueda que no debía tener fin.
La creación artificial de una
sensación personal de insatisfacción en el mercado iba a garantizar una
clientela ávida de consumir nuevos productos, que produjeran más y mejor satisfacción
que los viejos productos.
La cultura consumista implicó el
avasallamiento de los mercados o grupos con marketing, modas, productos en
serie, música, cadenas de marcas de indumentaria, locales de gastronomía, entre
otros.
De este modo se impuso ante la
sociedad el crédito bancario, el que permitía poseer el bien o servicio deseado
de manera inmediata, constituyéndose como un
nuevo actor en el escenario del consumo que ofrecía placebos a la angustia
existencial, que la cultura de consumo también creaba.
Esta situación que parece tan distante,
nacida allá por los años 20 y en el país del norte resulta ser lo más
natural en nuestros días, nacimos y vivimos con ella. A la dama se la incita a
consumir determinada marca de indumentaria, asegurando que así se parecerá a la
esbelta y admirada modelo que la exhibe en las revistas y al caballero se lo
estimula a adquirir determinado automóvil a fin de lograr un asegurado éxito en el plano amoroso, social,
etc.
Claramente el fracaso en estas
promesas generan una insatisfacción que solo puede ser superada a partir de una
nueva compra de productos, ello incontables veces. Está asegurada así la cadena
de insatisfacción - consumo – insatisfacción.
Lersch (1982) por su parte, desde
la ciencia humanística, menciona que el hombre se ha ido empobreciendo con
motivo de la mediatización vigente en el mundo racional que habita, donde se lo
interpreta sólo en función del valor utilitario del mismo.
El autor marca una clara diferencia
entre los llamados valores de fin, que persiguen el aprovechamiento y utilidad
en pos de satisfacer necesidad
materiales y valores intrínsecos o de sentido, donde queda representado el
valor de las ideas muy por encima del mundo tangible. Los fines de sentido son
los que enriquecen la vida y potencian la existencia.
Ahora bien, hoy lo que
experimentamos es una mediatización tal en la que priman valores de fin que
proponen al hombre mismo y sus ideas como un mero fin hacia otra cosa,
relacionada con apoderarse del mundo y los bienes materiales, tomarlo y
dominarlo para someterlo cuanto sea posible. El hombre ha quedado reducido a un
instrumento.
Se consumen ideas, comidas,
bebidas, marcas, vacaciones, arte, drogas ilícitas, medicamentos, y todo
aquello que el mercado o la industria crea necesario tornándolo en una nueva
necesidad para el consumidor, quien hasta ese momento desconocía que lo
“necesitaba”.
Este ofrecimiento no es más que una
manifestación cultural más, entre tantas otras, vigentes a través de los años, de
la primacía de lo urgente, de la obtención de la rápida satisfacción constatándose
estos preceptos en las ofertas de comidas rápidas, en el auge de las carreras
cortas de las universidades, en el aprendizaje de un arte o técnica mediante
cursos breves, en la financiación inmediata o la oferta de “dinero ya”, e inclusive
en el ámbito de la salud mental, donde
prevalecen las terapias psicológicas breves, tan exigidas por las Obras
Sociales y Empresas de Medicina Privada, a fin de “solucionar” los conflictos
coyunturales del consultante –quien muchas veces no llega a instituirse
paciente por lo efímero del proceso- y así pasar a otro caso en el menor tiempo
posible.
La tecnología que tanto nos
facilita la cotidianidad, los estudios y trabajos, tampoco es ajena a esta coyuntura.
Los mensajes en la telefonía celular instantánea, los que si se demoran algunos
segundos, generan la evidente ira del usuario, conjuntamente con la necesidad
de estar on line y en tiempo real en todo lo que podamos, correos electrónicos,
mensajes, redes sociales, resultan demostrativos de esta situación. Cuantas
veces rechazamos sentarnos en un bar porque carece de wi-fi?
La inmediatez y el mínimo esfuerzo
en la consecución del bien final es el elemento en común de los ejemplos arriba
mencionados.
Ahora bien, a quienes pone en primera
plana la narco cultura, no personifican valores distintos, sino que son el vivo
ejemplo del éxito económico alcanzado inmediatamente y con el mínimo esfuerzo
personal.
La vida ostentosa y obscena que
detentan, muestra de manera descarnada, que tomando la autopista rápida que el
negocio narco propone, lograron resultados económicos, admiración, miedo y
respeto por un sector de la sociedad de tipo excepcionales, todo ello sin
necesidad de esforzarse estudiando o trabajando para lograrlo. La misma
inmediatez en la consecución del efecto buscado por el adicto presto a consumir
el estupefaciente que adquirió. Casi como un milagro. Se desea, se tiene; se es
si se tiene. Los inútiles caminos sinuosos, dificultosos y largos no conducen a
esto y son una verdadera pérdida de tiempo.
No se puede esperar a conseguir lo
que se necesita, la demora en pos de un mejor resultado no está en tela de
discusión, directamente no hay lugar para ella. Ya sea que se trate de mujeres,
negocios, poder, posiciones sociales, dinero, bienes, etc.
Por lo pronto, podemos decir que
hay fundadas razones para comprender por qué éstos “adinerados triunfadores” narcos
podrían despertar sentimientos de admiración en un sector de la población que
posee pocas oportunidades de estudiar formalmente o aprender un oficio y que
carece de oportunidades laborales que permitan una vida digna.
Pero existen otras personas que
alcanzaron un nivel socio cultural y educacional que les permiten vivir
dignamente con el fruto de un trabajo remunerado y estable, que acceden a los
sistemas de salud y que han estudiado una carrera universitaria que les
permitió insertarse y escalar socialmente, sin embargo ésta parte del estrato
social, también muestra marcada intriga o curiosidad por estos patrones casi
como aquellos que no gozan de sus mismas oportunidades, posiblemente, debido a
que nacieron y viven en la misma cultura capitalista que los primeros y porque consumen,
más frecuentemente lo que el mercado les impone,
poseyendo mayor disponibilidad de dinero y de acceso al crédito. En última
instancia el mercado no discrimina a sus víctimas.
3.
La seducción del personaje en el escenario
El espectador de las series
televisivas y las películas o el lector de la literatura que relata las peripecias
de los jefes del narcotráfico puede o no vivenciar terror, piedad, angustia,
pero sin duda, experimenta una sensación de purificación o purga. Freud
(1905-1906) dice que se produce en su persona un innegable desahogo, se
satisface la expectativa o anhelo relacionados con igualarse, sentir,
experimentar el mismo éxito, en suma, ser como el protagonista de la historia
relatada.
El espectador se identifica con el
actor o protagonista de determinada novela o serie, pero con el beneficio de no
ponerse en riesgo, ahorrándose los dolores, penas y riesgos que debería asumir
de concretar en la vida real, él mismo, tales aventuras.
El posible pensar que las
sensaciones que pueden despertar en quien mira
pasivamente o lee las escenas truculentas y despiadadas que los medios exhiben,
son amortiguadas por la seguridad de que es otro el que está ahí y de que su
seguridad personal no peligra. Se trataría de un mero juego teatral.
Mediante la identificación un yo se
convierte en otro y lo imita como si lo incorporara dentro de sí, tema que se
tratará en el último apartado. (Grinberg 1978)
Incluso, como se dijo en el primer acápite,
los jefes narco reales se han identificado con personajes de ficción,
justamente para mantener esa ilusión de que no son ellos los que se exponen y
ponen en riesgo su vida, sino la de otro.
En los casos del cine o literatura
ocurre la particularidad de que además el personaje admirado y protagonista de
la obra es en sí mismo inmortal ya que, en cierto modo son personajes que no
mueren, sus historias son reproducidas o releídas tantas veces como se desee a
lo largo de los tiempos. Vuelven a vivir en quien lo reviva con su mirada.
Ahora bien, cómo funcionan las
personas que se dedican a vivir del delito como recurso estable?
Sin pretender acabar el tema de la
psicopatía en cuanto a su descripción clínica, etiología o pronóstico, resultará
pertinente a los fines del presente artículo describir algunas de las
características de dicha patología asociada a los jefes del narcotráfico.
Estos personajes denominados
psicópatas, incluidos en los Trastornos Asociales de la Personalidad, detentan
un encanto superficial y externo y un egocentrismo patológico, son locuaces manejan
a las personas como si fueran simples cosas, por lo que se desprende que son
incapaces de sentir amor. Estos personajes cosifican a las personas y jerarquizan
a los objetos, los únicos que valen en su escala de prioridades. Son siempre presuntuosos
y mentirosos y se asocian al trastorno de personalidad paranoide, resultando típica
la triada antisocial-sádico-pasivo/agresivo.
Se considera que un atributo
esencial es la disfunción afectiva en el
ámbito interpersonal. Todo ello con un deseo de dominio agresivo de las
personas y las situaciones sin experimentar ansiedad, culpa o angustia.
Hare (1993) manifiesta que:
Los psicópatas tienen una visión narcisista de la
vida. Se creen el centro del universo, seres superiores a los que se debiera
permitir vivir según sus propias normas. «No es que yo no cumpla la ley —decía
uno de ellos— Es que sigo mis propias leyes. Estas nunca las he violado.
Los psicópatas poseen una grandilocuencia
en su personalidad muchas veces espectacular, no es extraño ver que durante su
propio juicio, desprecian a su abogado y solicitan patrocinarse a sí mismos.
Tienen un comportamiento netamente arrogante, se muestran siempre seguros de ellos mismos, dogmáticos,
dominantes y pedantes. Les encanta demostrar, tener poder y control sobre los
otros, ostentan fatuidad en todo lo que hacen. A pesar de lo antedicho o a
causa de ello, muchas personas los creen individuos carismáticos o atrayentes.
Los psicópatas piensan que sus
habilidades les permitirán alcanzar cualquier objetivo que se propongan. Si se
dan las circunstancias necesarias, como el momento indicado, la víctima justa y
una dosis de buena suerte, creen que triunfarán sin lugar a dudas.
No contemplan en absoluto la
posibilidad de ser apresados, son imaginativos y engañadores, cuando se los
increpa por el descubrimiento de sus mentiras, hábilmente intentan llevar al
interlocutor a un terreno que ellos manejan para que la mentira suene verosímil
o bien al punto de confundirlo o seducirlo, divirtiéndose inclusive en tal
situación.
Los psicópatas son amorales y en
ellos se evidencia inafectividad, impulsividad, inadaptabilidad e
incorregibilidad. (Silva & Torre, 2003, p. 247)
Los psicópatas son exitosos a la
hora de mentir, calcular fríamente, defraudar, timar, estafar y manipular a los
demás y no se sienten culpables al hacerlo. Se describen a sí mismos
orgullosamente como artistas del fraude. Para ellos el mundo se divide en dos,
«los que dan y los que toman», depredadores y víctimas, y sostienen que serían muy
tontos si no tomasen ventaja de las debilidades del otro, a quienes desprecian.
Muestran una astucia única a la hora de descubrir las debilidades ajenas y así valerse
de ellas en su propio beneficio.
Estas son algunas de las tantas
características que describen a la personalidad psicopática, que detentan los
capos del narcotráfico, los miembros de la mafia en general
y muchos que despliegan la actividad delictual como modo de vida. Ellos conocen
perfectamente el daño que generan, solo
que no les importan los medios usados para llegar al objetivo final, actúan sin
remordimientos. Son organizados y estrategas y planifican los golpes que darán.
Lo cierto es que ellos buscan, en
sus actos impulsivos, conseguir placer, satisfacción o mitigar una sensación
molesta, por lo que siempre actúan sin importarles el futuro ni el pasado, sino
solo el momento, por ello deciden impulsivamente; lo que al inexperto
espectador, puede parecerle una personalidad temperamental y de rápidas tomas
de decisiones, resultando en realidad, justamente lo contrario.
Cuando se encuentran en escena
desplegando toda su maestría para el mal, no resulta extraño, que sus
espectadores queden seducidos por tales rasgos, incluso admirando y envidiando
cierta “picardía” para lograr las cosas, de la que ellos carecen.
Asistimos a un fenómeno en el que
la función de la ley paterna, que aseguraba la instauración de los preceptos
morales en las esferas personal y social entra en crisis y desaparece para
ceder su espacio a los “padrinos” que imponen su despiadada ley del juego. Ello,
solo deviene a partir de una rotunda claudicación de la función paterna y sus
sustitutos.
Parte de la sociedad tiende hacia
un modelo de ideal del yo distinto, los nuevos “ídolos o santos del delito”,
como ideales colectivos coadyuvan a la conformación de una nueva subjetividad,
un nuevo querer ser, el de la urgencia.
Grinberg (1978) señala al proceso de identificación,
cuyo efecto es el emanado del sepultamiento del Complejo de Edipo, como
el conjunto de operaciones que determinan el proceso de estructuración del yo
basándose en la selección, inclusión y eliminación de elementos provenientes de
los objetos externos, de los objetos internos y de partes de sí mismo. Es el
resultado de un conjunto de procesos que abarcan distintos fenómenos relativos
a la internalización y externalización.
Gracias
a la identificación con otro significativo, un yo se convierte en ese otro;
comportándose en algunos aspectos, del mismo modo; lo imita. En definitiva,
cuando un niño se identifica con su padre, quiere ser como él.
Esto
es lo que Freud, en su segunda teoría denominó ideal del yo, es un modelo al
que el sujeto intenta adecuarse para cumplir con las aspiraciones morales,
asimismo, regula los sentimientos de culpa y autoestima. Implica desarrollar un
estudio superior para llegar a la posición anhelada dentro de una profesión,
por ejemplo, lo cual indefectiblemente implica tiempo y esfuerzo personales.
Ahora
bien, para que el proceso se desarrolle debe inevitablemente ejercer su
presencia el padre o quien haga las veces de él en su doble función, la de
prohibición y la de modelo a seguir. Si ese padre, está ausente o abandona esta
empresa antes de tiempo, no hay con quien ejercer esta identificación, se
genera el terreno fértil para la internalización de figuras que hacen las veces
de la original ausente.
Hablamos
de “padrinos, capos, jefes…”, personajes que encarnan al poder socio económico
impuesto a partir del terror y la dominación social y a quien se los admira,
los que otorgan al menos un modelo a copiar, el cual, encaja inmejorablemente
con el mensaje social imperante de deber obtener éxito económico urgente.
La
ausencia de políticas públicas estables respecto de necesidades básicas de la
sociedad, las crisis institucionales crónicas, la ausencia de sostén afectivo y
limitante familiar y escolar, la decadencia de las instituciones en las que
alguna vez se confió la seguridad, la ausencia de figuras significativas contra
las que valga la pena rivalizar, la ausencia de iguales oportunidades parta
todos los ciudadanos, son algunos ejemplos de claudicación de la función
paterna.
Puede
concluirse que el ideal colectivo propuesto en la cultura narco, ocupó el lugar
de las figuras representativas por abdicación de éstos mismos a su función
natural. A partir de estos razonamientos, podría imaginarse que si enunciáramos,
a modo de precepto, la prohibición y el ideal que se así instauran, sonaría la
siguiente expresión: “tu deberás ser…exitoso…(como el
padre/padrino) y no tienes derecho a…demorarte
en ello (como el padre/padrino)”.
Por
qué se admirará entonces a estos capos, los que en su mayoría tuvieron un final
nada envidiable, resultando extraditados, asesinados luego de ser perseguidos
por ejércitos enteros, traicionados por socios, enjuiciados y cumpliendo largas
condenas, etc.?
Estimo
que la respuesta tiene muchas aristas pero una primera aproximación a ella es
que sencillamente ellos, gracias a su personalidad asocial y pese a sus
trágicos finales, lo lograron.
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[1]
Maestranda
Internacional en Ciencias Criminológico Forenses (UCES-La Sapienza), Licenciada
en Psicología, USAL, gabrielassosa@gmail.com
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