lunes, 27 de junio de 2016

Narcocultura



FASCINACIÓN POR LA NARCO CULTURA

Por

Gabriela Silvana Sosa[1]

Resumen
La redacción de este artículo nació de una reflexión a partir de la observación de un fenómeno que nos invade a los ciudadanos y que aparentemente se nos impone. Los medios masivos de comunicación, el arte, merchandasing, ofrecen en bandeja y a quien quiera consumir, una tentadora ración de la “cultura narco”. Parte de la explicación del fenómeno descansa en que el racionalismo y cultura consumista imperantes crearon la necesidad de la accesibilidad a un mundo inmediato del que podamos servirnos con premura de sus bienes y confort, en detrimento de aquello que tiene que ver con deponer los impulsos y mediatizar los fines con esfuerzos personales. Las ganancias económicas y sociales que provienen del narcotráfico, ofrecen la inmediatez en los resultados económicos anhelados a todo aquel que esté dispuesto a actuar en consecuencia. Además, la seducción que ejercen las vidas cinematográficas de los “patrones”, “capos”, “padrinos” o “jefes” encuentra sus razones en las mismas personalidades psicopáticas de estos personajes. La ley paterna como autoridad regidora en las esferas personal y social entra en crisis para ceder su espacio a los “padrinos” que imponen su despiadada ley del juego. Este rumbo parece indicar que un sector nuestra sociedad tiende hacia un modelo de ideal del yo novedoso, los nuevos “ídolos o santos del delito”, como ideales colectivos coadyuvan hacia la conformación de una nueva subjetividad, un nuevo querer ser, el de la urgencia.
Palabras clave: narcotráfico, psicópatas, identificación, ideal del yo.



1.      El fenómeno

A nivel regional asistimos a un nuevo fenómeno que parece imponérsenos sin importar clase social, latitud geográfica, edad ni sexo. Nació un nuevo mercado de consumo que resulta hijo de nuestro tiempo, como toda nueva mercadería que se ofrece a los potenciales clientes. Mercado que resulta ser el digno representante de la que llamaré “cultura narco”.

Podemos consumir de inmediato, si lo queremos, indumentaria con la estampa del documento de identidad de capos del narcotráfico famosos, novelados informes periodísticos, exitosas series televisivas y películas que tratan sobre la ascendente y célebre carrera de narcotraficantes y capos mafiosos, desde sus primeros pasos en el negocio hasta convertirse rápidamente en acaudalados empresarios, e incluso bandas latinas musicales que relatan en sus letras, las atrapantes aventuras de los padrinos.

Desde la literatura, surgieron auténticos best seller basados en la vida de estos personajes y sus empleados y en los avatares de carteles enteros, en su guerra de unos con otros por obtener la primacía en el mercado regional e internacional.

El mismo público que consume el material cinematográfico y literario queda embelesado por estas figuras impactantes y seductoras, esperando incluso el triunfo en sus andanzas.

Las artes gráficas no escapan a este fenómeno, podemos encontrar pinturas y grabados que los homenajean a fin de rendirles pleitesía y un respetado tributo nacido en muchos casos, del agradecimiento por la ayuda social recibida, otorgamiento de viviendas, donaciones monetarias, construcciones de templos, bienestar en asistencia para la salud y educación, otorgadas a fin de comprar voluntades.

Tal es la admiración por el mundo criminal que inclusive el Cartel de Cali, hacía sonar en su contestador telefónico para quien esperaba dejar su mensaje, el tema musical The Entertainer, melodía de la película estadounidense El golpe, que narra  la historia de tres estafadores que roban una gran cantidad de dinero a un importante jefe mafioso, muriendo uno de ellos asesinado en el intento. Después del revuelo los sobrevivientes unidos a otros estafadores preparan «el golpe» que vengará al compañero muerto.

Alonso Salazar (2001) afirma que, Pablo Escobar Gaviria admiraba profundamente al personaje creado por Mario Puzzo, protagonista de El Padrino, Vito Corleone, e intentaba seguir los consejos que el personaje de ficción profería en cuanto a mantener en todo momento una actitud sosegada ante el peligro, no perder la calma ni extralimitarse de manera impulsiva insultando al opositor. Asimismo, Escobar denominó Nápoles a la ostentosa hacienda de su propiedad situada en el Municipio de Puerto Triunfo, Antioquia, República de Colombia, en una evidente alusión al famoso centro de operaciones de la Camorra italiana, la que entre tantos de los negocios que la ocupaba, se dedicaba al narcotráfico.

De este modo, se observa de qué manera lo cinematográfico se mezcla con la realidad, tomando los mismos padrinos, rasgos o características de los mafiosos o criminales gestados por la industria del cine, a los que idolatran, quizás buscando en esa admiración, la inmortalidad propia del personaje cinematográfico y acaso el olvido de la triste realidad socio económica o del ambiente socio familiar desfavorable de los que provenían.

Maradiaga (2009) refiere que, los hechos culturales se entraman con los valores vigentes, ello en una sociedad y en un determinado momento. En los sectores sociales de América Latina donde se instaló la narco cultura, se valora, entre otras cosas, la bizarra ostentación material, el ofrecimiento de fiestas en las que nada se escatima, exhibiendo armamento, alhajas, automóviles, indumentaria, propiedades, tecnología, uso de marcas determinadas de electrónica o accesorios, y demás demostraciones de poder etc.

Ellos valen por lo que tienen y cuanto más tienen, más valen sus vidas.

Algunos de estos patrones han “ayudado” a muchos connacionales económicamente, no se esconden, al contrario, se vanaglorian de su actividad delictual, despertando en el resto de las personas un sentimiento dual basado en un miedo fundado y un respeto por sus actos “caritativos”.

2. La Sociedad de consumo. Parte de la explicación

D´Agnone (1999) sostiene que a partir de la era industrial, el valor del ser humano comenzó a depreciarse en pos del tener y de lo que éste verdaderamente producía en la sociedad. Mientras tanto, hacia la década del 20, Estados Unidos transitaba un proceso de profunda recesión, por lo que las ventas descendían en pos del ahorro de las familias americanas y de los inmigrantes europeos llegados al continente en situación de pobreza.

La única salida del empresariado, a fin de paliar el mal momento económico, fue crear la necesidad de los clientes respecto de los bienes que producía la industria.

La estrategia era clara, se debía mantener continuamente insatisfecho al consumidor, a fin de que continuamente deseara adquirir nuevas mercaderías, ello en una rueda que no debía tener fin.

La creación artificial de una sensación personal de insatisfacción en el mercado iba a garantizar una clientela ávida de consumir nuevos productos, que produjeran más y mejor satisfacción que los viejos productos.

La cultura consumista implicó el avasallamiento de los mercados o grupos con marketing, modas, productos en serie, música, cadenas de marcas de indumentaria, locales de gastronomía, entre otros.

De este modo se impuso ante la sociedad el crédito bancario, el que permitía poseer el bien o servicio deseado de manera inmediata, constituyéndose como un nuevo actor en el escenario del consumo que ofrecía placebos a la angustia existencial, que la cultura de consumo también creaba.

Esta situación que parece tan distante, nacida allá por los años 20 y en el país del norte resulta ser lo más natural en nuestros días, nacimos y vivimos con ella. A la dama se la incita a consumir determinada marca de indumentaria, asegurando que así se parecerá a la esbelta y admirada modelo que la exhibe en las revistas y al caballero se lo estimula a adquirir determinado automóvil a fin de lograr un  asegurado éxito en el plano amoroso, social, etc.

Claramente el fracaso en estas promesas generan una insatisfacción que solo puede ser superada a partir de una nueva compra de productos, ello incontables veces. Está asegurada así la cadena de insatisfacción - consumo – insatisfacción.

Lersch (1982) por su parte, desde la ciencia humanística, menciona que el hombre se ha ido empobreciendo con motivo de la mediatización vigente en el mundo racional que habita, donde se lo interpreta sólo en función del valor utilitario del mismo.

El autor marca una clara diferencia entre los llamados valores de fin, que persiguen el aprovechamiento y utilidad en pos de  satisfacer necesidad materiales y valores intrínsecos o de sentido, donde queda representado el valor de las ideas muy por encima del mundo tangible. Los fines de sentido son los que enriquecen la vida y potencian la existencia.

Ahora bien, hoy lo que experimentamos es una mediatización tal en la que priman valores de fin que proponen al hombre mismo y sus ideas como un mero fin hacia otra cosa, relacionada con apoderarse del mundo y los bienes materiales, tomarlo y dominarlo para someterlo cuanto sea posible. El hombre ha quedado reducido a un instrumento.

Se consumen ideas, comidas, bebidas, marcas, vacaciones, arte, drogas ilícitas, medicamentos, y todo aquello que el mercado o la industria crea necesario tornándolo en una nueva necesidad para el consumidor, quien hasta ese momento desconocía que lo “necesitaba”.

Este ofrecimiento no es más que una manifestación cultural más, entre tantas otras, vigentes a través de los años, de la primacía de lo urgente, de la obtención de la rápida satisfacción constatándose estos preceptos en las ofertas de comidas rápidas, en el auge de las carreras cortas de las universidades, en el aprendizaje de un arte o técnica mediante cursos breves, en la financiación inmediata o la oferta de “dinero ya”, e inclusive en el ámbito de la salud mental, donde prevalecen las terapias psicológicas breves, tan exigidas por las Obras Sociales y Empresas de Medicina Privada, a fin de “solucionar” los conflictos coyunturales del consultante –quien muchas veces no llega a instituirse paciente por lo efímero del proceso- y así pasar a otro caso en el menor tiempo posible.

La tecnología que tanto nos facilita la cotidianidad, los estudios y trabajos, tampoco es ajena a esta coyuntura. Los mensajes en la telefonía celular instantánea, los que si se demoran algunos segundos, generan la evidente ira del usuario, conjuntamente con la necesidad de estar on line y en tiempo real en todo lo que podamos, correos electrónicos, mensajes, redes sociales, resultan demostrativos de esta situación. Cuantas veces rechazamos sentarnos en un bar porque carece de wi-fi?

La inmediatez y el mínimo esfuerzo en la consecución del bien final es el elemento en común de los ejemplos arriba mencionados.

Ahora bien, a quienes pone en primera plana la narco cultura, no personifican valores distintos, sino que son el vivo ejemplo del éxito económico alcanzado inmediatamente y con el mínimo esfuerzo personal.

La vida ostentosa y obscena que detentan, muestra de manera descarnada, que tomando la autopista rápida que el negocio narco propone, lograron resultados económicos, admiración, miedo y respeto por un sector de la sociedad de tipo excepcionales, todo ello sin necesidad de esforzarse estudiando o trabajando para lograrlo. La misma inmediatez en la consecución del efecto buscado por el adicto presto a consumir el estupefaciente que adquirió. Casi como un milagro. Se desea, se tiene; se es si se tiene. Los inútiles caminos sinuosos, dificultosos y largos no conducen a esto y son una verdadera pérdida de tiempo.

No se puede esperar a conseguir lo que se necesita, la demora en pos de un mejor resultado no está en tela de discusión, directamente no hay lugar para ella. Ya sea que se trate de mujeres, negocios, poder, posiciones sociales, dinero, bienes, etc.

Por lo pronto, podemos decir que hay fundadas razones para comprender por qué éstos “adinerados triunfadores” narcos podrían despertar sentimientos de admiración en un sector de la población que posee pocas oportunidades de estudiar formalmente o aprender un oficio y que carece de oportunidades laborales que permitan una vida digna.

Pero existen otras personas que alcanzaron un nivel socio cultural y educacional que les permiten vivir dignamente con el fruto de un trabajo remunerado y estable, que acceden a los sistemas de salud y que han estudiado una carrera universitaria que les permitió insertarse y escalar socialmente, sin embargo ésta parte del estrato social, también muestra marcada intriga o curiosidad por estos patrones casi como aquellos que no gozan de sus mismas oportunidades, posiblemente, debido a que nacieron y viven en la misma cultura capitalista que los primeros y porque consumen, más frecuentemente lo que el mercado les impone, poseyendo mayor disponibilidad de dinero y de acceso al crédito. En última instancia el mercado no discrimina a sus víctimas.

3. La seducción del personaje en el escenario  

El espectador de las series televisivas y las películas o el lector de la literatura que relata las peripecias de los jefes del narcotráfico puede o no vivenciar terror, piedad, angustia, pero sin duda, experimenta una sensación de purificación o purga. Freud (1905-1906) dice que se produce en su persona un innegable desahogo, se satisface la expectativa o anhelo relacionados con igualarse, sentir, experimentar el mismo éxito, en suma, ser como el protagonista de la historia relatada.

El espectador se identifica con el actor o protagonista de determinada novela o serie, pero con el beneficio de no ponerse en riesgo, ahorrándose los dolores, penas y riesgos que debería asumir de concretar en la vida real, él mismo, tales aventuras.

El posible pensar que las sensaciones que pueden despertar en quien mira pasivamente o lee las escenas truculentas y despiadadas que los medios exhiben, son amortiguadas por la seguridad de que es otro el que está ahí y de que su seguridad personal no peligra. Se trataría de un mero juego teatral.

Mediante la identificación un yo se convierte en otro y lo imita como si lo incorporara dentro de sí, tema que se tratará en el último apartado. (Grinberg 1978)

Incluso, como se dijo en el primer acápite, los jefes narco reales se han identificado con personajes de ficción, justamente para mantener esa ilusión de que no son ellos los que se exponen y ponen en riesgo su vida, sino la de otro.

En los casos del cine o literatura ocurre la particularidad de que además el personaje admirado y protagonista de la obra es en sí mismo inmortal ya que, en cierto modo son personajes que no mueren, sus historias son reproducidas o releídas tantas veces como se desee a lo largo de los tiempos. Vuelven a vivir en quien lo reviva con su mirada.

Ahora bien, cómo funcionan las personas que se dedican a vivir del delito como recurso estable?

Sin pretender acabar el tema de la psicopatía en cuanto a su descripción clínica, etiología o pronóstico, resultará pertinente a los fines del presente artículo describir algunas de las características de dicha patología asociada a los jefes del narcotráfico.

Estos personajes denominados psicópatas, incluidos en los Trastornos Asociales de la Personalidad, detentan un encanto superficial y externo y un egocentrismo patológico, son locuaces manejan a las personas como si fueran simples cosas, por lo que se desprende que son incapaces de sentir amor. Estos personajes cosifican a las personas y jerarquizan a los objetos, los únicos que valen en su escala de prioridades. Son siempre presuntuosos y mentirosos y se asocian al trastorno de personalidad paranoide, resultando típica la triada antisocial-sádico-pasivo/agresivo.

Se considera que un atributo esencial es la disfunción afectiva en el ámbito interpersonal. Todo ello con un deseo de dominio agresivo de las personas y las situaciones sin experimentar ansiedad, culpa o angustia.

Hare (1993) manifiesta que:

Los psicópatas tienen una visión narcisista de la vida. Se creen el centro del universo, seres superiores a los que se debiera permitir vivir según sus propias normas. «No es que yo no cumpla la ley —decía uno de ellos— Es que sigo mis propias leyes. Estas nunca las he violado.

Los psicópatas poseen una grandilocuencia en su personalidad muchas veces espectacular, no es extraño ver que durante su propio juicio, desprecian a su abogado y solicitan patrocinarse a sí mismos. Tienen un comportamiento netamente arrogante, se muestran siempre seguros de ellos mismos, dogmáticos, dominantes y pedantes. Les encanta demostrar, tener poder y control sobre los otros, ostentan fatuidad en todo lo que hacen. A pesar de lo antedicho o a causa de ello, muchas personas los creen individuos carismáticos o atrayentes.

Los psicópatas piensan que sus habilidades les permitirán alcanzar cualquier objetivo que se propongan. Si se dan las circunstancias necesarias, como el momento indicado, la víctima justa y una dosis de buena suerte, creen que triunfarán sin lugar a dudas.

No contemplan en absoluto la posibilidad de ser apresados, son imaginativos y engañadores, cuando se los increpa por el descubrimiento de sus mentiras, hábilmente intentan llevar al interlocutor a un terreno que ellos manejan para que la mentira suene verosímil o bien al punto de confundirlo o seducirlo, divirtiéndose inclusive en tal situación.

Los psicópatas son amorales y en ellos se evidencia inafectividad, impulsividad, inadaptabilidad e incorregibilidad. (Silva & Torre, 2003, p. 247)

Los psicópatas son exitosos a la hora de mentir, calcular fríamente, defraudar, timar, estafar y manipular a los demás y no se sienten culpables al hacerlo. Se describen a sí mismos orgullosamente como artistas del fraude. Para ellos el mundo se divide en dos, «los que dan y los que toman», depredadores y víctimas, y sostienen que serían muy tontos si no tomasen ventaja de las debilidades del otro, a quienes desprecian. Muestran una astucia única a la hora de descubrir las debilidades ajenas y así valerse de ellas en su propio beneficio.

Estas son algunas de las tantas características que describen a la personalidad psicopática, que detentan los capos del narcotráfico, los miembros de la mafia en general y muchos que despliegan la actividad delictual como modo de vida. Ellos conocen  perfectamente el daño que generan, solo que no les importan los medios usados para llegar al objetivo final, actúan sin remordimientos. Son organizados y estrategas y planifican los golpes que darán.

Lo cierto es que ellos buscan, en sus actos impulsivos, conseguir placer, satisfacción o mitigar una sensación molesta, por lo que siempre actúan sin importarles el futuro ni el pasado, sino solo el momento, por ello deciden impulsivamente; lo que al inexperto espectador, puede parecerle una personalidad temperamental y de rápidas tomas de decisiones, resultando en realidad, justamente lo contrario.

Cuando se encuentran en escena desplegando toda su maestría para el mal, no resulta extraño, que sus espectadores queden seducidos por tales rasgos, incluso admirando y envidiando cierta “picardía” para lograr las cosas, de la que ellos carecen.




Asistimos a un fenómeno en el que la función de la ley paterna, que aseguraba la instauración de los preceptos morales en las esferas personal y social entra en crisis y desaparece para ceder su espacio a los “padrinos” que imponen su despiadada ley del juego. Ello, solo deviene a partir de una rotunda claudicación de la función paterna y sus sustitutos.

Parte de la sociedad tiende hacia un modelo de ideal del yo distinto, los nuevos “ídolos o santos del delito”, como ideales colectivos coadyuvan a la conformación de una nueva subjetividad, un nuevo querer ser, el de la urgencia.

Grinberg (1978) señala al proceso de identificación, cuyo efecto es el emanado del sepultamiento del Complejo de Edipo, como el conjunto de operaciones que determinan el proceso de estructuración del yo basándose en la selección, inclusión y eliminación de elementos provenientes de los objetos externos, de los objetos internos y de partes de sí mismo. Es el resultado de un conjunto de procesos que abarcan distintos fenómenos relativos a la internalización y externalización.

Gracias a la identificación con otro significativo, un yo se convierte en ese otro; comportándose en algunos aspectos, del mismo modo; lo imita. En definitiva, cuando un niño se identifica con su padre, quiere ser como él.

Esto es lo que Freud, en su segunda teoría denominó ideal del yo, es un modelo al que el sujeto intenta adecuarse para cumplir con las aspiraciones morales, asimismo, regula los sentimientos de culpa y autoestima. Implica desarrollar un estudio superior para llegar a la posición anhelada dentro de una profesión, por ejemplo, lo cual indefectiblemente implica tiempo y esfuerzo personales.



Ahora bien, para que el proceso se desarrolle debe inevitablemente ejercer su presencia el padre o quien haga las veces de él en su doble función, la de prohibición y la de modelo a seguir. Si ese padre, está ausente o abandona esta empresa antes de tiempo, no hay con quien ejercer esta identificación, se genera el terreno fértil para la internalización de figuras que hacen las veces de la original ausente.

Hablamos de “padrinos, capos, jefes…”, personajes que encarnan al poder socio económico impuesto a partir del terror y la dominación social y a quien se los admira, los que otorgan al menos un modelo a copiar, el cual, encaja inmejorablemente con el mensaje social imperante de deber obtener éxito económico urgente.

La ausencia de políticas públicas estables respecto de necesidades básicas de la sociedad, las crisis institucionales crónicas, la ausencia de sostén afectivo y limitante familiar y escolar, la decadencia de las instituciones en las que alguna vez se confió la seguridad, la ausencia de figuras significativas contra las que valga la pena rivalizar, la ausencia de iguales oportunidades parta todos los ciudadanos, son algunos ejemplos de claudicación de la función paterna. 



Puede concluirse que el ideal colectivo propuesto en la cultura narco, ocupó el lugar de las figuras representativas por abdicación de éstos mismos a su función natural. A partir de estos razonamientos, podría imaginarse que si enunciáramos, a modo de precepto, la prohibición y el ideal que se así instauran, sonaría la siguiente expresión: tu deberás serexitoso…(como el padre/padrino) y no tienes derecho ademorarte en ello (como el padre/padrino)”.



Por qué se admirará entonces a estos capos, los que en su mayoría tuvieron un final nada envidiable, resultando extraditados, asesinados luego de ser perseguidos por ejércitos enteros, traicionados por socios, enjuiciados y cumpliendo largas condenas, etc.?

Estimo que la respuesta tiene muchas aristas pero una primera aproximación a ella es que sencillamente ellos, gracias a su personalidad asocial y pese a sus trágicos finales, lo lograron.

Bibliografía

-Alonso Salazar, J. (2001). La parábola de Pablo. Colombia: Planeta Colombiana.

-American Psychiatric Association (1995). DSM-IV. Brevario. Criterios Diagnósticos. Barcelona, España: Masson.

-D´Agone O. (1999). Nuevos desarrollos en Prevención y Terapéutica de las Adicciones. Buenos Aires, Argentina: Salerno.

-Freud S. (1976). Fragmento de análisis de un caso de histeria. Tres ensayos de teoría sexual y otras obras. (Vol. 7) Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.



-Grinberg, L. (1978). Teoría de la Identificación. (2ª.ed.). Buenos Aires, Argentina: Paidós.

-Hare R. (1993). Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean. Nueva York, Estados Unidos: The Guilford Press.

-Lapanche J. & Pontalis J. B. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires, Argenitina: Paidós.

-Lersch P. (1967). El hombre en la actualidad. (2ª. ed.). España, Madrid: Gredos.

-López Miguel M. J. & Núñez Gaitán C. (2009). Psicopatía versus trastorno antisocial de la personalidad. Revista Española de Investigación Criminológica, 1, (7), 1-17.



-Maradiaga Aguilar A. (2009). Una peligrosa admiración: narco–cultura. Proyecto Estudiantil ITAM. El Globalista. México. Recuperado el 22 de marzo de 2014 de http://www.elglobalista.itam.mx/Secciones/polYeco/Narco-cultura.php.

-Rempel W. (2011). En la boca del lobo. La historia jamás contada del hombre que hizo caer el cartel de Cali. Colombia, Bogotá: Grijalbo.

-Torre R. & Silva D. (2010) Perfiles criminales. (2ª. ed.). Buenos Aires, Argentina: Doysuna.








[1] Maestranda Internacional en Ciencias Criminológico Forenses (UCES-La Sapienza), Licenciada en Psicología, USAL, gabrielassosa@gmail.com


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