jueves, 27 de octubre de 2016

Microtráfico, delitos predatorios y el lugar del poder.



El narcomenudeo busca maximizar las ganancias de un acto ilegal, basándose en un modelo organizacional que garantice permanencia y protección al asentarse en un determinado territorio, lo que se acompaña de mecanismos para constreñir el comportamiento de las personas, mediante actos de intimidación y violencia.

Así, se constituye la amenaza pública conocida como narcomenudeo, a la cual están asociadas de manera intermitente pero continua, múltiples manifestaciones de conflicto social, de violencia y de criminalidad en pos de abarcar el control del territorio en el mercado de la comercialización ilícita de estupefacientes.

De esta manera, algunos ciudadanos desfavorecidos socialmente ven en el fenómeno una opción viable para conseguir ingresos, y así terminan incorporándose a las organizaciones (llamados ganchos), resultando similar el caso de los campesinos y las mulas.

La Policía Nacional Antinarcóticos de Colombia, mediante la Dirección de Inteligencia Criminal (2012) distingue los conceptos de microtráfico del narcomenudeo determinando que el primero alude específicamente a la fabricación, comprendiendo al acopio, transformación, establecimiento de rutas y del transporte.

Por otro lado, dicha Policía entiende al narcomenudeo como una instancia propia de la fase de comercialización del estupefaciente incluyendo la etapa de la manufactura del material, el abastecimiento y la determinación de los puntos de venta.

Esta diferenciación conceptual efectuada por los policías colombianos, como se observa, no deja de aludir en todo momento al mentado copamiento territorial.

Ahora bien, en la lucha por conquistar el territorio, las organizaciones cometen crímenes predatorios, es decir, aquellos que se ejecutan para establecer su actividad en una zona determinada.
En el caso del crimen organizado (narcotráfico) cuando el delito se “ve” en toda su espectacularidad es porque el crimen en esa zona, todavía está poco organizado. Esa primera etapa fundacional del crimen organizado está caracterizada por los delitos predatorios. Es una fase de oportunidad, ya veremos porqué.

En esta fase, cada crimen individual representa todo un mensaje hacia sus adversarios en la guerra por el control del territorio y hacia la población. Ese mensaje dice: “el poder aquí somos nosotros”.

El caos de la violencia parece indicar una guerra entre pandillas, que buscan el control inicial del territorio, que siempre es territorial, monopólico, estable y coactivo, según Emmerich (2015).

En este contexto, los crímenes predatorios tienen la ventaja para el investigador criminal y decisores políticos, ya que conforman la única etapa del crimen organizado en la cual, éste se vuelve fácilmente visible como delito. Se trata de un proceso cuya suerte aún no está echada ni asegurada, por lo que la prevención  y desarticulación temprana es nodal.

La espectacularidad provista por la ejecución de los crímenes predatorios no es capital exclusivo de bandas novatas sino que los carteles consolidados, es decir aquellos con una “trayectoria”, también van copando nuevos lugares y peleando por ellos mediante este tipo de prácticas. Ejemplos sobrados nos dieron Pablo Escobar, los hermanos Rodríguez Orejuela y más recientemente el Chapo Guzmán.

La etapa predatoria del narcomenudeo, encarnada por los dealers o pequeños grupos de “entrepreneurs” es tan caótica  como  cruenta,  considerando que no  es  lo  mismo  luchar para conquistar un territorio virgen que hacerlo para desalojar un grupo criminal competidor ya instalado. 

En  el  primer  caso la  violencia  se  dirige  contra  la población  y  las  organizaciones sociales (no gubernamentales, religiosas, etc.) existentes en el lugar. 

En  el  segundo  caso  la  violencia es físicamente  efectista,  porque al mismo tiempo que se buscan eliminar grupos rivales, se intenta obtener la obediencia de la población.  El  caos  produce  temor,  y a su vez  el  temor  produce  sumisión a un nuevo orden.

En ambos casos, lamentablemente la comunidad está en el ojo de la tormenta.

El emblemático capo Pablo Escobar, por ejemplo, logró imponer el asentamiento de su organización en Medellín mediante una especie de combinación armónica de crímenes predatorios y el acallamiento de las necesidades habitacionales insatisfechas de los pobladores locales.

Es así que el sometimiento que infringían violentamente sus pandillas, se mixturaba con una generosa distribución de recursos entre los sectores poblacionales más vulnerables, principalmente mediante el otorgamiento de viviendas. La doblegación y sumisión de los sectores excluidos le estaban asegurados.

Ahora bien, como quienes ejecutan tales delitos ejercen una actividad criminal poco organizada llevan delante de modo anárquico, brutales procesos de limpieza interna, situación que los expone a la vista del Estado.

El control criminal consolidado en un territorio solo resulta posible si se dan una de dos condiciones, la primera, consiste en que la región en cuestión sufra abandono de autoridad y está huérfana de legalidad, resultando una especie de “zona liberada”.  En ese caso, se constituye una realidad que conmina a gritos al Estado a hacerse presente, pudiendo acudir, o bien, no responder mediante una suerte de “sordera intencional”.

La segunda condición es que el Estado y las organizaciones criminales, compartan salomónica y estratégicamente la imposición de las instituciones reguladoras de una sociedad, de modo que en las periferias urbanas –donde hay menos concentración de poder y capitales- el Estado “deje hacer más” que en las zonas de concentración de poder, propia del centro de las urbes.

Esta segunda condición es la que ocurrió y ocurre, de acuerdo a pensadores como Duncan (2014), en Estados colombiano y mexicano, los que son institucionalmente  suficientemente fuertes. La relación que aquí se expone es fácil de colegir, existe un correlato directamente proporcional entre zonas de concentración de capital-poder y zonas con presencia del Estado.

Así las cosas, cobra mayor sentido el hecho de que se evidencien vínculos corruptos basados en sobornos (cohecho) entre el poder estatal y los criminales, dado que el narcotráfico termina influyendo directamente o indirectamente en las economías nacionales, los aparatos coercitivos estatales y la regulación del orden social vigente. Un mal necesario en pos de un perfecto equilibrio?

En Argentina existen sobradas muestras de crímenes predatorios como fue el fusilamiento por parte de sicarios en el shopping Unicenter de Martínez de los colombianos Héctor Edilson Duque Ceballos y su guardaespaldas, Jorge Alexander Quintero Gartner.

Otro ejemplo fue la balacera ejecutada por sicarios motorizados hacia una pareja de colombianos que paseaba en bicicleta por el barrio de Palermo en 2014, resultando herida Solange Trujillo Velázquez (sobreviviente) y fallecido, Carlos Alberto Gutiérrez Camacho.

Un último prototipo de crímenes predatorios lo demuestra la cruda realidad de la Ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fé, dada la conocida connivencia de las autoridades locales (policiales y políticas) con los criminales de la zona.

En virtud de lo expuesto y considerando los aportes arriba citados del autor mexicano Emmerich (2015) y el colombiano Duncan (2014), entiendo que Argentina se encuentra frente a una gran oportunidad ya que en las zonas donde existe el se verifican casos de microtráfico, nos encontraríamos tiempo (aunque breve) de evitar que las organizaciones coopten territorio y se instalen de manera consolidada.

Desoír los gritos del delito, que se escuchan precisamente en esta etapa, también constituye una decisión política que implica como primer paso, la retirada del poder de turno o bien, como ya se mencionó, el establecimiento de un acuerdo funcional de éste con las organizaciones delictivas. No puede soslayarse que un narcotraficante exitoso es aquel que logra obtener la protección necesaria para colocar su producto en el mercado, minimizando al máximo sus riesgos es decir, evitando ser capturado o asesinado.

Por supuesto que ello sólo puede lograrse mediante habilidades y astucias propias del mafioso o bien, cuando estas cualidades escasean, mediante una protección adecuada.

Finalmente, invito a ampliar más allá el concepto de territorialidad geográfica hasta aquí desarrollado, es decir que además de una mera extensión de tierra políticamente dividida que le pertenece a alguien, el concepto alude a ocupar un lugar, esto es, a un espacio real o imaginado que sitúa algo, o bien, una posición real o figurada que detenta una persona o grupo.

Nada más pensemos en el lugar social y político–ensayemos olvidar la porción de tierra- ganado por Pablo Escobar mediante numerosos magnicidios espectaculares para finalmente impedir la (su) extradición mediante, ni más ni menos, que la modificación de la Constitución colombiana en 1991, o el agradecimiento y admiración presente hasta hoy en el imaginario popular de los habitantes del Barrio colombiano Pablo Escobar, respecto de su figura.

Por lógica, parte de las ganancias del negocio serán reinvertidas en la empresa criminal o simplemente serán acumuladas, pero otra parte significativa del dinero, será debitado como “costos operativos”, es decir tendrá como destinado pagar sobornos a políticos, jueces, policías, funcionarios y otras organizaciones criminales.
Estos poderosos funcionarios estatales tienen un doble dominio sobre los narcotraficantes, ya que pueden poner en riesgo sus actividades delictivas pero también pueden protegerlas silenciando su accionar. En esta fase, la oportunidad preventiva está perdida, entendiendo que la etapa inicial donde se ponían de resalto los delitos predatorios fue superada para pasar a un estadio donde el narcotráfico se asentó en el territorio.

Bibliografía:

-     -Duncan G. (2014), Más que plata o plomo. El poder político del narcotráfico en Colombia y México. Ed. Debate, Bogotá DC, Colombia.
-     -  Emmerich N. (2015), Geopolítica del Narcotráfico en América Latina. Ed. IAPEM, Toluca, México.

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